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del régimen republicano en Francia podía, o mejor, debía ser el anuncio de radicales reformas en las viejas instituciones y la aurora de una época nueva de justicia, de paz, de libertad. El anciano Kant, el filósofo del idealismo, de la moral pura, de la libertad, iba todos los días a esperar el correo que le trala noticias de Francia. En este ambiente de férvido entusiasmo, el sueño de la paz perpetua era ya casi una realidad posible; era por lo menos un imperativo moral urgente.

Muchos pensadores habían meditado proyectos de paz universal. En el siglo XVIII esta idea flotaba en el ambiente. El abate Saint-Pierre concibió y escribió un largo Proyecto de paz perpetua. Un resumen de este proyecto y un juicio del mismo, hechos por J. J. Rousseau, hablan popularizado las ideas humanitarias del abate. Pero en la concepción de Saint-Pierre hay aun demasiada minuciosidad de organización y una excesiva confianza en la virtud de las ideas sobre la mente de los principes.

Kant plantea el problema de otra manera. Más que un proyecto, es su tratado una afirmación optimista. Kant no duda de que algún día llegará el mundo a conocer y gustar los beneficios de una paz perenne. Mas para ello deberán realizarse ciertas condiciones, tanto en la política interior como en la exterior de los Estados: respeto a los tratados, supresión de los ejércitos permanentes, organización política de los pueblos sobre