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29 á quedarnos con Toby, porque todavía nos puede servir.

Nos detuvimos en la oficina de correos de la calle Great Peter, y II olmes envió su telegrama.

Para quién cree usted que es?—me preguntó al entrar en el coche, que se puso otra vez en marcha.

—Mi palabra que no sé.

Recuerda usted la división de detectives de donde saqué algunas para el asunto Jefferson Hope?

¿Y...?—le contesté riéndome.

—Pues este es un caso en que sus servicios nos serán inapreciables. Si me fallan, tengo todavía otros recursos; pero primero voy á ensayarlos á ellos. El telegrama cra para Wiggins, mi sucio lugarteniente, y espero que antes de que hayamos concluido de almorzar, lo tengamos en casa con su pandilla.

Eran ya cerca de las nueve de la mañana, y yo comenzaba á sentir una fuerte reacción después de la serie de sobreexcitaciones de la noche. Estaba cansado y como aturdido, la mente obscura y el cuerpo rendido. Yo no participaba del entusiasmo profesional que impulsaba á mi compañero, ni tampoco el asunto me interesaba como un mero y abstracto problema intelectual.

En cuanto a la muerte de Bartolomé Sholto, coLA SE ÑAL —9