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algo sobre las piernas, y lo contemplaba atentamente. A su lado yacía un bulto sombrío, que parecía un perro de Terranova. En el timón estaba el muchacho, y el rojo resplandor de la máquina iluminaba el rostro del viejo Smith, el busto desnudo, echando carbón á la hornilla, como si de eso dependiera la salvación de su vida.

Podría ser que al principio hubieran dudado de que nosotros ibamos realmente en su persecución; pero ya en ese momento no cabía discusión al respecto, pues nuestra embarcación imitaba el menor de los movimientos y desviaciones de La Aurora. En Greenwich no estábamos ya sino á unos trescientos pasos de ellos, y en Blackwell á doscientos cincuenta.

Muchas veces, durante mi accidentada vida, he tenido que perseguir á seres humanos ó bestias feroces, pero nunca sport alguno me excitó tanto como esa desesperada caza al hombre por las aguas del Támesis. Y la distancia se iba acortando, yarda por yarda. En el silencio de la noche nos llegaban los bramidos de la máquina de La Aurora. El hombre de popa seguía en la cubierta, y movía las manos cual si estuviera muy ocupado en algo de rato en rato medía con la vista la distancia que nos separaba. Ya estábamos tan cerca de ellos, que Jones les gritó