F jar bastante por su culpa. En todo caso, doctor, creo inútil recomendarle mucho cuidado. Regrese usted á la calle Baker con el cofre. Allá lo esperamos, para ir después á la estación de poVEN
licía.
Desembarqué en Vauxhall, con mi caja de hierro y un enorme y excelente inspector por compañero. Un carruaje nos llevó en un cuarto de hora á la casa de la señora Cecil Forrester.
La criada, que pareció sorprenderse con la llegada de una visita á esas horas, me dijo que la señora Forrester había salido y no volvería hasta muy tarde, pero que la señorita Morstan estaba en la sala; y á la sala me dirigí yo con mi cofre, dejando en el carruaje al amable inspector.
Estaba sentada en un sillón de paja, delante de la ventana abierta, y vestida de una diáfana tela, con ligeros adornos rojos en el cuello y en el talle. La suave luz de una lámpara, atenuada por la pantalla, caía sobre ella, iluminando dulcemente su grave rostro, y reflejándose con brillo metálico y apagado sobre los magnificos rizos de su abundante cabellera. Su blanco brazo pendía al lado del sillón, y toda su actitud indicaba una melancolía absorbente. Al ruido de mis pasos se puso de pie, y un vivo rubor de sorpresa y placer coloreó sus pálidas mejillas.