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»cia de la puerta, en un gran patio cuyas baldo»sas estaban todas destrozadas. El suelo se ha»bía hundido en un rincón formando una tumba »natural, y en ella depositamos al comerciante »Achmet, cubriéndolo primero con una canti»dad de pedazos de baldosa. Hecho lo cual, vol»vimos en busca del tesoro.

»Este se encontraba en el mismo sitio donde »lo había dejado caer Achmet al verse atacado.

» El cofre era el mismo que ahora está abierto en Desa mesa. La llave colgada de un cordón de se»da atado á aquella asa cincelada que hay en la »tapa.

»Lo abrimos, y la luz de la linterna irradió so»bre una porción de piedras preciosas, parecidas »á las de los cuentos que yo leia en Pershore Deuando era niño. La vista de tantas riquezas ce»gaba.

»Una vez que hubimos regocijado nuestros »ojos con tanta y tan rica pedrería, nos pusimos »á hacer una lista del tesoro. Había ciento cua»renta y tres diamantes de la primera agua y en»tre ellos uno, que, según creo, ha sido llamado »>«El Gran Mogol» y parece que, de todos los que Dexisten, es el segundo en tamaño.

»Después contamos noventa y siete esmeral»das finísimas y ciento setenta rubíes, de los cua»les, sin embargo, algunos eran pequeños. Ia-