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LA SEÑAL DE LOS CUATRO
I
La ciencia de la deducción.
Sherlock Holmes tomó el frasco de encima de la chimenea y sacó la jeringa hipodérmica de su estuche de cuero. Con sus dedos largos, blancos nerviosos, ajustó la delicada aguja, y luego se arremangó la manga izquierda de la camisa. Sus ojos permanecieron durante breves instantes pensativos y fijos sobre el nervudo brazo, lleno de marcas y cicatrices dejadas por la jeringa.
Por último, hundió la aguda punta, empujó hacia abajo el delgado émbolo, y con un prolongado suspiro de satisfacción se recostó en su sillón.
Yo había presenciado la misma escena tres veces por día durante muchos meses, pero no me