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por más que mirase, no me era posible distinguir un solo punto de apoyo para los pies, ni siquiera una grieta en la paredm —Absolutamente imposible contesté.

—No cabe duda que es imposible. Pero suponga usted que un amigo le alcanzase desde aquí un extremo de aquella gruesa cuerda que veo en ese rincón, y amarrase el otro en este enorme gancho de la pared. Creo que entonces, siendo usted un hombre ágil, subiría, aunque tuviera una pata de palo. Después, naturalmente, bajaria usted de la misma manera, y su amigo recogería la cuerda, la desataría del gancho, cerraría la ventana, echaría la aldaba por dentro, y saldría de la habitación por donde entró. Como punto de menor importancia, hay que notar —y señaló la cuerda con el dedo—que el amigo de la pierna de palo, por más que parece ser muy listo para trepar, no ha sido nunca marinero ni tiene las manos callosas. Con mi lente descubro en la cuerda más de una mancha de sangre, especialmente allá, cerca de la punta, lo que me hace suponer que, al bajar, nuestro hombre se deslizó con tanta velocidad, que una parte del cutis se le ha quedado pegada á la cuerda.

—Todo esto está muy bien—dije yo; pero el asunto se va volviendo más ininteligible que