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cajada en la piel ó disparada de lejos, aunque no con gran fuerza. Observe usted que la parte donde la espina se encontraba, es la que habría mirado hacia el techo estando el hombre sentado en la silla. Ahora, examine usted la espina.

Tomándola cuidadosamente, la acerqué al farol. Era larga, puntiaguda y negra, y cerca de la punta parecía untada con alguna substancia gomosa que se hubiese secado rápidamente. El extremo posterior había sido recortado y redondeado con un cuchillo..

—¿Cree usted que esa espina sea de madera inglesa?

—No, seguro que no.

—Pues con todos esos datos, debería usted estar en aptitudes para sacar alguna consecuencia exacta. Pero aquí vienen las fuerzas regulares, y las auxiliares deben tocar retirada.

Mientras Sherlock Holmes hablaba, los pasos se acercaban ruidosamente por el corredor, y un hombre, alto y corpulento, vestido con un traje gris, entró con pesado andar en el cuarto.

Su cara era colorada, gorda y pletórica; sus ojos, muy pequeños y vivos, miraban con penetrante intención desde las profundidades de sus gruesos párpados. Detrás de él entraron un inspector de policía, uniformado, y Tadeo Sholto, todavía palpitante.