CAPÍTULO II
La inconsolable.
155 Profundamente abatida, Diana de Pioz se resistía á tomar alimento y á pronunciar palabra. Su desconsolado papá, el egregio marqués, empleaba, para sacarla de aquella postración lúgubre, todos los recursos de su facundia parlamentaria. Era hombre que hablaba por siete, y en el Senado no había quien le echara el pie delante en ilustrar todas las cuestiones que iban saliendo. Su especialidad era la estadística, y con las resmas de números que llevaba en los bolsillos probaba todo cuanto quería. No había sesión en que no se le oyera un par de horas, siempre indignado, entreverando el largo discurso con repetidas tomas de rapé, y marcando las frases con la coleta de su peluca, que por detrás de la cabeza extendíase á tan considerable distancia, que ningún senador podía sentarse á espaldas del marqués sin recibir algún zurriagazo.
Cierro el paréntesis y sigo. Diana, fingiéndose más consolada para que su papá la