sasosiego, y soñando siempre tanto como cuando estaba despierto. La mayor parte del tiempo la dedicaba al estudio, del cual, al decir de muchos, no sacó jamás ningún provecho, sino que, por el contrario, se le enre dara más la madeja de desatinos que en la cabeza tenía.
Vivía de cierta módica pensión que le daban no sabemos dónde, y de los cuartejos que había realizado vendiendo los últimos restos de su fortuna. Parecía, en resumen, uno de esos eremitas de la ciencia que se aniquilan víctimas de su celo y se espiritualizan, perdiendo poco a poco hasta la vulgar á corteza de hombres corrientes, y haciéndose unos majaderos que sirven para pocas cosas útiles, y entre ellas para hacer reir á los desocupados. Su hábito, su temperamento, su personalidad era la narración. Cuando contaba algo, era él, era el doctor Anselmo en su genuina forma y exacta expresión. Sus narraciones eran por lo general parecidas á las sobrenaturales y fabulosas empresas de la caballería andante, si bien teniendo por principal fundamento sucesos de la vida actual, que él elevaba á lo maravilloso con el vuelo de su fantasía. Al contar estas cosas, siempre referentes á algún pasaje de su vida, ponía en juego los más caprichosos recursos