—¿Quién?
malmente — Ese... Pero voy á contárselo á usted fordijo como quien se decide, después de dudar mucho tiempo, á hacer una importante revelación. Usted oiría hablar entonces de mi esposa, de mí; oiría mil necedades que distan mucho de la verdad. La verdad pura es lo que voy á contar ahora.
— El doctor Anselmo empezó á hablar refiriendo su extraño suceso con prolijidad encantadora: no perdonaba recurso alguno de elocuencia; describía los sitios del modo más minucioso y tan al vivo, que seducía su lenguaje. Había, sin embargo, cierta vaguedad y confusión en el relato, y era preciso acostumbrarse á su peculiar estilo para encontrar el método misterioso que sin duda tenía. Al principio, como su fantasía estaba más suelta, divagaba de aquí para allí, entremezclaba la relación con sentencias de su cosecha, con apreciaciones que tenían á veces pasmosa originalidad y á veces una candidez cercana á la estulticia. Inútil es decir que había mucho de novelesco en todo aquello, y que en las descripciones, sobre todo, dejaba correr muy descuidadamente la lengua. Risa causaba oirle describir su palacio, que á ser ccmo él decía, no tendría igual en los más florecientes tiempos de las artes. Dejaba afluir la