9. La teoría electromagnética de la luz.
Ya hemos hablado antes de la impresión que en los investigadores de aquella época produjo la coincidencia, descubierta por Weber y Kohlrausch, entre la constante electromagnética c y la velocidad de la luz. Pero había aún otros indicios que hacían sospechar que entre la luz y los procesos electromagnéticos debía existir una relación estrecha. Sobre todo lo demuestra el descubrimiento de Faraday (1834) de que un rayo de luz polarizado, que atraviesa un cuerpo magnetizado, es influído por éste; si el rayo va paralelo a las lineas de fuerza magnéticas, su plano de polarización gira. De aquí concluyó Faraday mismo que el éter luminoso y el sustentáculo de las líneas de fuerza electromagnéticas tenían que ser idénticos. Aun cuando no era lo bastante matemático para convertir sus representaciones en leyes y fórmulas cuantitativas, sin embargo, el mundo de sus pensamientos era de índole sumamente abstracta y no estaba atenido, ni mucho menos, a los estrechos límites de la intuición trivial que confunde lo habitual con lo conocido. El éter de Faraday no era un medio elástico; no recibía sus propiedades de analogías con el mundo material, al parecer conocido, sino de experimentos exactos y de las conexiones, verdaderamente conocidas, que de ellos se derivan. Maxwell ha continuado la obra de Faraday; sus dotes eran semejantes a los de Faraday, pero con la posesión y dominio perfecto de los auxilios matemáticos de su tiempo.
Ahora vamos a comprender claramente cómo de las «leyes de los campos» de Maxwell se deriva la propagación de las fuerzas electromagnéticas con velocidad finita. Nos limitamos a procesos en el vacío o éter; éste no posee capacidad conductora, σ = 0, no tiene verdaderas cargas, ρ = 0, y su constante de dielectricidad y su permeabilidad son iguales ε = 1, μ= 1. En tales condiciones, las dos primeras ecuaciones de los campos [58] serán: