sean imperceptibles en el otro (fig. 124); cada uno de los cuerpos estará en equilibrio bajo la acción de la gravitación de sus partes unas sobre otras y de las demás fuerzas físicas, de suerte que sus partes no verifiquen movimientos relativos unas con respecto a otras. Pero los dos cuerpos realizan un movimiento relativo de rotación, con velocidad de rotación constante, al rededor de la línea que une sus centros; esto significa que un observador, en uno de los cuerpos S1 aprecia una rotación uniforme del otro cuerpo S2, con respecto a su propio punto de vista en reposo, y recíprocamente. Cada uno de los cuerpos es medido por observadores, que relativamente a él están en reposo; resultará que S1 es una esfera y S2 un elipsoide de revolución aplastado.
La mecánica de Newton sacaría del distinto comportamiento de los dos cuerpos la conclusión de que S1 está inmóvil en el espacio absoluto y que S2 verifica una rotación absoluta; las fuerzas centrífugas son las que causan el aplastamiento de S2.
Por este ejemplo se ve claramente que el espacio absoluto entra en la mecánica de Newton como causa (ficticia), pues S1 no puede ser causante del aplastamiento de S2, puesto que ambos cuerpos están relativamente uno a otro en las mismas condiciones y, por tanto, no pueden deformarse uno a otro por distinta manera.
Pero el espacio, considerado como causa, no satisface la exigencia de la causalidad. Pues no conocemos ninguna otra manifestación de su existencia que las fuerzas centrífugas; no es, pues, posible justificar la hipótesis del espacio absoluto sino por los hechos mismos para cuya explicación se establece. Una sana crítica del conocimiento rechaza tales hipótesis construidas ad hoc; son harto fáciles y rompen todas las barreras que una investigación concienzuda tiende a levantar entre sus propios resultados y los engendros de la fantasía. Si la hoja de papel