EL REGALO DEL HADA
Los días mueren, sin duda ; pero el de mi cuento no había expirado : dormía en el seno de la noche, soñaba, y su sueño, al realizarse, era una explosión de estrellas. Por no interrumpir la calma del reposo, el bosque escondía el secreto de sus nidos, sin un solo alegre movimiento de alas. Y la mano del otoño, enternecida por una voluptuosidad moribundo, desprendía las hojas, buscando la frente invisible del soñador que derramaba la belleza de su misterio.
En el entretanto, dos viajeros se habían acostado en el suelo. La sombra les ocultaba sus rostros. Después se durmieron tranquilos. No vieron así, cómo la luna, levantándose suavemente, empalidecía las estrellas en el cielo, iluminando las flores en el bosque. El astro acabó por bañarlos. Entonces, por imitar quizás al día, los viajeros soñaron.
Los dos eran muy jóvenes, y un sobresalto les despertó. El primero dijo : «¡ Cosa extraña ! Yo,