nube reveladora de nueva vida.» El primero contestó : «No discuto. Para mí, el regalo es una farsa ; si tú crees en él, tómalo.» Y el que había llorado y sufrido, guardó el grano enigmático, y se adormeció, esperando con una gran esperanza la próxima aurora.
Bajo la luz del sol, el grano se antojaba una semilla envuelta en porosa membrana. El viajero tenía un cofre de sándalo en su tienda. Allí guardaba recuerdos de otros tantos dolores, y en aquel pequeño sepulcro de los despojos de muchas horas muertas, puso con el don un nido de hojas del árbol que sirviera un instante de palio al hada. No contento con eso, compuso un canto armonioso, lleno de fervor y de esperanza, como para resucitar algo en el grano mudo y siempre misterioso. El viajero no podía olvidar el desagradable gesto de la aparición al hacer el regalo. Sentíase herido, y toda su vida palpitaba en su voz, con inflexiones de himno y de plegaria. Llegó después a su casa y cuidó de su cofre, con el aire de un poeta que practicase un culto. Y un día, casi con estupor, lanzó un grito al abrir la caja y ver el estremecimiento de la primera mariposa nacida en país árabe.
Cuando el alba surgió, el joven sacóla de su