palpitar su alma : acababan de tocarle los hombros.
El hada, entre las luciérnagas, convirtiendo en castillo de ensueño su habitación familiar, apareció con sus ojos que evocaban el sol en la noche, y sus labios que hacían la primavera en el otoño. Pero no era él esta vez el de las lágrimas ; era ella la que mostraba humedecidos los ojos. Enternecida, a pesar de su casi divina naturaleza, habló la primera : «Has transformado mi don en belleza y ventura : fui injusta contigo : mi alma está llena de amor y tú, sin saberlo, sufres de lo mismo.»
Entonces la mariposa agitó sus alas, y pasando por la ventana, dirigió el rumbo hacia la esfera. Una nube de tristeza cubrió la frente del joven, y el hada, convertida en mujer por el llanto, exclamó dulce y gozosamente : «Déjala partir sin pena. La mariposa está en nosotros...» Un beso largo y tierno unió sus labios ; sus pensamientos cubriéronse del oro inmortal de la mariposa perdida, y soñando, como soñaba el día en que se conocieron, nació en sus almas un poema lleno de estrellas.