Quisiera que tu hermosura De un vergel fuese la flor, Para ser el jardinero y cuidarte con amor.
Bajo el impulso de resolución repentina, acordóse de su vara, y pronunció las palabras del conjuro, ün genio, con ojos llameantes, presentóse colérico ; pero esa mirada adquirió suave luz encantadora apenas se dejó oir la armonía de su voz, antítesis del rostro airado.
«No ignoro lo que pides — dijo el genio ; — ve a tu huerto.»
Alí se fué, en efecto, y entre los arbustos — uno todo blanco de azahares y otro todo rojo de cerezas, — halló un rosal nuevo, nacido milagrosamente, cubierto de flores que se inclinaban al peso de su hermosura. Era el alma de Amina. En el perfume sutil de sus rosas vivía la tristeza de las separa-ciones, y los colores exhalaban la frescura de un invisible rocío de lágrimas. Alí, que tenía de sacerdote, de poeta y de soldado, cultivó la planta divina, y ella fué para sus ojos altar, lira y alfanje. Las libélulas y las falenas pernoctaban en los cálices, y escapaban, como los pensamientos con alas, del sueño de esas flores. Y los pájaros comprendieron el prodigio, y sus voces en el huerto decían nostálgicas canciones, y todo en él vestíase de tierna; melan-