Más acá, la tierra, descubierta al aire, es una sola línea obscura, separando apenas la vegetación y el Nilo, que tiene tres matices, en prodigiosas escamas de un reptil en movimiento. Allá, por las cataratas de Siena, es de púrpura viva, cual de sangre caliente, con la evocación de las innumerables matanzas de sus riberas. Aquí, frente a Luxor, es de un rosado ideal, como si reviviesen los pétalos de todas las rosas arrojadas en los siglos sobro los héroes y los amantes. Después, el conjunto acaba en un azul que se pierde camino del Delta. Y las transformaciones en el río, la montaña, el horizonte, no son bruscas, y la tarde borra los duros contrastes. El silencio se llena del canto mudo de la agonizante luz. No hay en el paisaje el estremecimiento de un cuerpo a quien arrancan el alma : el espíritu se exhala suavemente de las cosas, y antes de partir se irisa en sus contornos. Y a poco los vastos acordes de colores fúndense en una suprema armonía, donde reina el sol como un rey muerto, con los recuerdos melancólicos de su esplendor desvanecido.
Macario cree respirar el paisaje ; tal es de intenso el soplo de su vida. Fresca brisa besa su frente ardorosa. El desterrado de la luz siente calmarse, con su fiebre, la figura airada de su Cristo tenante. Una plegaria sale de sus labios