surge venerable, cual si el tiempo le prestase un manto de cenizas. En su torno se levantan en legión las pirámides que encerraron momias de reyes y de príncipes : destruidas unas, otras en pie ; blancas en las hendiduras recientes, grises en su piedra intacta, a veces de un amarillento sombrío. El sol las abrasa, y el cielo inmaculado, con su azul juvenil, inalterable, las recorta, como una hada que prendiese velos, evocadores de jardines, abejas y rosas, en el cuerpo inerte de un cadáver.
Descendemos al hipogeo de los bueyes Apis. Los dioses, a veces, encamaban partículas de su Doble en animales, y el buey en tierra de agricultores no era el más desvalido. Ba en Heliópolis, Minu en Tebas, le pasaron un destello de su vida ; pero el de Ptah en Menfis fué el más célebre. De todas partes del mundo se acudía a contemplar las pompas de sus solemnidades. Aun se conserva en las inscripciones el recuerdo de los funerales que el sacerdote Khamoisit, hijo de Eamsés II y regente del mismo, mandó celebrar al muerto en su reino. Los Apis engendrados por un rayo de Ptah al caer sobre una becerra, ostentaban signos maravillosos : sobre el lomo, la imagen de un águila, y tras la lengua, la de un escarabajo, Y así, famosos entre las extrañas prácticas, que merecieron las