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ten en omakherus», con el secreto del conjuro, y las figuras semejan espectros fabricados de reflejos, y los reflejos, al escapar de seres y cosas, animan los muros y el ambiente, dando fantástica realidad a los vetustos Dobles del Egipto.

No es esto, sin duda, un gran consuelo para los subditos de Hunas, pero lo es salir de las tinieblas a respirar el aire puro. Desde la cumbre de la pirámide del mencionado rey, se abarca un inmenso espectáculo.

Más allá del desierto, los bosques de palmeras llevan al Nilo, al oasis, al Cairo, a la vida. Del otro lado, el arenal con sus entrañas preñadas de tumbas, aparece cubierto de pirámides. Tras la multitud de las de Sakara destácanse las de Abusir, y más lejanas las de Guiseh, y todas, como custodiantes de la del rey Zosir, que las encabeza exclamando : «soy, en la tierra, la más vieja altura creada por el hombre». Y con respeto se la saluda, pues armoniza, más que con palacios, cuadros, estatuas o cualquier obra humana, con las montañas que han perdido la edad como los astros.

Las pirámides ya no imponen, con el signo trinitario de la vida, irguiéndose sobre el cuaternario de los elementos del universo para concluir en la cúspide de la unidad divina. Ya no