mo frágiles cristales, despedazados por un cataclismo. A seraejanza de los templos, de los palacios, de los colosos y obeliscos, destrozados, por el tiempo, estas montañas, erguidas y armoniosas en otros siglos, surgen como ruinas de la naturaleza. Sus bloques multiformes dibujan monstruos con líneas humanas, y fantásticos animales evocadores de los esqueletos antediluvianos de las cuevas del Mar Eojo. Algunos se empinan, desean cobrar vida completa, para ver el incendio oculto por los otros montes. El espíritu que se desprende de sus formas concuerda con el aspecto siniestro del paisaje.
Ahora el ondulante arenal llega hasta el pie de la cadena, sangrienta ella misma, reclinándose en el fulgor de fragua que empenacha sus crestas y muere en el alto lívido cielo. A veces, en otra abertura, coronada por picos que hacen el lugar más hosco, la naciente niebla evoca la tregua de una inquieta expectativa hasta el recomienzo del alba. Y en el avanse de la noche, se halla no sólo el halago de su aliento, sino también el de dejar de ver lo imposible de describir ; pues la luz del instante se antoja anterior a la existencia del hombre, encarnando dolores y sufrimientos inexpresables, como que parecen reflejos de seres y mundos desconocidos.