Página:La voz del Nilo (1915).djvu/34

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los derviches distraen con sus giros, y acarician el pensamiento, como las espumas, sin saber lo que con sus murmurios dicen... Pasa mucho tiempo y quedan en el mismo estado, imitando en realidad — tal es su simbolismo — la rotación de los astros.

En el mismo día se exhiben los derviches aulladores : otra carrera desenfrenada del coche nos lleva a su convento. Aquí el tekké tiene el salón de ceremonias al aire libre, bajo de una parra. Por entre las hojas fíltrase el sol, y tiemblan alegres claros de azur. En una especie de proscenio están los monjes ; la ceremonia ha empezado.

Sobre el público el sol cae a raudales. Los tarbuches son llamas rojas entre los turbantes blancos de los jerifes, y los verdes de los peregrinos a la ]Meca, y los de tintas claras de los ulemas. Los sombreros de las mujeres europeas y los matices de sus trajes se entremezclan a las túnicas y mantos que tienen los reflejos del iris y hacen una oleada, estremeciéndose con recuerdos de nube, mar y cielo, y de todo lo que es color, júbilo, vida. La miseria de los derviches, con sus restos de vestiduras orientales y ropas europeas, contrasta, en sus movimientos desesperados, con aquel rincón coruscante. Proclaman sus gritos, que no hay más