mello se cruza, interceptando el tráfico, una cinguizarra infernal estremece muros y celosías. Y esto es muy frecuente : a menudo pasan los de las postas, con el hombre arriba, que debe ocuparse de su carga, carabina, yatagán y arreos, al mismo tiempo que de las riendas. Los muezines, entonces, en vano lanzan sus llamados a la plegaria desde los alminares. Hay una verdadera profusión de mezquitas en el barrio, y nadie oye el clamor de sus sacerdotes, que no hace sino añadir a la algarabía de la calle un tumulto en el espacio. Tranquilo, lejos de todo, por entre la mugre de los muros se divisa, divinamente azul, el cielo.
Esta agitación de un pueblo vociferante y movedizo, que por las mañanas se emborracha con el aire y la luz, bulle en torno del Bazar, aquí, como en toda ciudad oriental, perenne feria de los negocios.
Atraen principalmente las exposiciones de tapices, bordados y sederías, donde hay rincones de la cueva mágica de los cuentos. Las piedras preciosas se juntan en sartas sin formar collares, como flores cortadas en profusión deslumbrante. La lámpara invisible de Aladino arroja el fulgor sobre las facetas, y nuestros ojos se llenan con detalles de luz triste o jubi-