rridos pasaban como invisibles flechas a morir en el silencio del gran sepulcro.
Abumneca recordó lo que leyera alguna vez, que en Europa : castillos y templos abandonados, son como árboles de piedra cubiertos de nidos. En campanarios y en almenas experimentan las aves el placer de guarecerse de la lluvia y de ocultar sus amores a una altura conquistada por el vuelo. Y aun los despojos, con el manto de luto de sus trepadoras salvajes, las atraen y adquieren con ellas voz para expresar sus melancolías. Las ruinas resisten el paso del tiempo que evoca los siglos muertos para abrumarlas, y las aves, con encanto juvenil, acarician su mutismo, que es una forma de grave pensamiento ; y nómadas o arraigadas, grandes o pequeñas, brillantes o sombrías, allí por donde la acción del hombre ha pasado engendran con sus alas el ensueño... Pero la mezquita de Hasán no tenía eso, y las aves en la primavera egipcia, sin lluvias y sin vientos, parecían colgar sus nidos en maravillosas nubes. Adoraban el júbilo del sol y querían siempre recibir sus chispas, y las chispas, al embeberse en sus plumajes y envolverlas en nimbos de gloria, vibraban, al volar, con sus transportes. Dejaban a los hombres como hormigas y a las pirámides como hombres, y fatigadas de sentir al