sentaba delante de aquella que le había mirado y sonreído.
oHaces bien en venir — díjole la reina — y harás bien en quedarte jDara recitar ; tu voz me halaga, porque es armoniosa.»
El guerero pensó : «Ipardis se equivoca ; he ahí la primer palabra, después de la primer mirada y de la primer sonrisa.»
Los poetas declamaron sus kasidas, y era esto antes de partir al ataque del castillo de Freab. Ebn el Togras empezó diciendo : «El fuego no me abrasa, porque aun puedo llorar...» Y al ver a Alab que abría los ojos espléndidos, su voz enmudeció y no pudo concluir la estrofa.
«Reina — exclamó Ipardis, — la emoción es un canto que ahoga la palabra para gozar de su interior armonía. Ese guerrero es digno del premio.»
La reina, despidiendo a todos con el gesto, dijo a Ebn el Togras, tirándole una rosa : «Cuando vuelvas, te daré la más bella cabellera del reino, y a su contacto renacerá esa flor de sus propias cenizas.»
El guerrero pensó : «Ipardis se equivoca ; he ahí la promesa.» Y miró los cabellos negros de la reina, cuya mata enorme, al rodar cual una ola, debía de cubrirla como una túnica.
En el escudo del primer asaltante victorioso