sol dos relámpagos, y con el choque de las hojas se empeñó la lucha. La muerte inspiraba los dos brazos para atacar, con el mismo ardor que la vida los dos cuerpos para defenderse. La fatiga les separó un instante : solamente el azar podría decidir la contienda. Los yataganes se alzaron de nuevo entre el chispear do los aceros y el llamear de los ojos. Los caballeros contuvieron la respiración para mirarse con más fijeza : una voz hizo caer sus brazos. Maima, que se acercaba serena, cruzó impasible entre ambos para guarecerse del sol a la sombra de la muralla. Allí levantóse el burko. Los combatientes se estremecieron con la angustia de los celos, al recibir sendas miradas, que vertían la languidez de siempre.
Terrible desesperación se apoderó de sus corazones : el vencedor pondría los suyos sobre aquellos labios, junto a un cadáver. Ese pensamiento les despertó un odio casi pavoroso, y un dolor sobrehumano. Maima abrió la boca para decir tranquila : aHacéis bien en batiros ; vuestros poemas son igualmente bellos.»
El Kais, en aquel instante, sintió tal onda ardiente de valor, que creyóse más vigoroso que El Azraki ; y El Azraki, a su vez, con el mismo sentimiento, comprendió que el triunfo nacía en su arma.