las llevaba cerca de la luna. El arrebato magnético del astro, solía embriagarlas; y como éste poseía entonces una atmósfera en contacto con la terrestre, afrontábanla en ímpetu temerario yendo á caer exánimes sobre sus campos de hielo.
Una vegetación de hongos y de liquenes gigantes arraigaba en las aun mal seguras tierras; y no lejanos todavía del animal, en la primitiva confusión de los orígenes, algunos sabían trasladarse por medio de tentáculos; tenían otros, á guisa de espinas, picos de ave, que estaban abriéndose y cerrándose; otros fosforecían á cualquier roce; otros frutaban verdaderas arañas que se iban caminando y producían huevos de los cuales brotaba otra vez el vegetal progenitor. Eran singularmente peligrosos los cactus eléctricos que sabían proyectar sus espinas.
Los elementos terrestres se encontraban en perpetua instabilidad. Surgían y fracasaban por momentos, disparatadas alotropías. La presión enorme apenas dejaba solidificarse escasos cuerpos. Las rocas actuales dormían el sueño de la inexistencia. Las piedras preciosas no eran sino colores en las fajas del espectro.
Así las cosas, sobrevino la catástrofe que los hombres llamaron después diluvio; pero ella no fué una inundación acuosa, si bien la causó una