mente como adornos, muy apreciadas desde luego por los mismos caballos. La palabra era el medio usual de comunicación con ellos; observándose que la libertad favorecía el desarrollo de sus buenas condiciones, dejábanlos todo el tiempo no requerido por la albarda ó el arnés, en libertad de cruzar á sus anchas las magníficas praderas formadas en el suburbio, á la orilla del Kossínites, para su recreo y alimentación.
A son de trompa los convocaban cuando era menester, y así para el trabajo como para el pienso eran exactísimos. Rayaba en lo increíble su habilidad para toda clase de juegos de circo y hasta de salón, su bravura en los combates, su discreción en las ceremonias solemnes. Así, el hipódromo de Abdera tanto como sus compañías de volatines; su caballería acorazada de bronce y sus sepelios, habían alcanzado tal renombre, que de todas partes acudía gente á admirarlos: mérito compartido por igual entre domadores y corceles.
Aquella educación persistente, aquel forzado despliegue de condiciones, y para decirlo todo en una palabra, aquella humanización de la raza equina, iban engendrando un fenómeno que los bistones festejaban como otra gloria nacional. La inteligencia de los caballos comenzaba á desarrollarse pareja con su conciencia, produciendo cosas anor-