sus ojos incendiados de lubricidad; el mar de sangre con que la inundara al caer atravesado por la espada de un servidor...
Mencionábase varios asesinatos en que las yeguas se habían divertido con saña femenil, despachurrando á mordiscos las víctimas. Los asnos habían sido exterminados, y las muías subleváronse también, pero con torpeza inconsciente, destruyendo por destruir, y particularmente encarnizadas contra los perros.
El tronar de las carreras locas seguía estremeciendo la ciudad, y el fragor de los derrumbes iba aumentando. Era urgente organizar una salida, por más que el número y la fuerza délos asaltantes la hiciera singularmente peligrosa, si no se quería abandonar la ciudad á la más insensata destrucción.
Los hombres empezaron á armarse; mas pasado el primer momento de licencia, los caballos habíanse decidido á atacar también.
Un brusco silencio precedió al asalto. Desde la fortaleza distinguían el terrible ejercito que se congregaba, no sin trabajo, en el hipódromo. Aquello tardó varias horas, pues cuando todo parecía dispuesto, súbitos corcovos y agudísimos relinchos cuya causa era imposible discernir, desordenaban profundamente las filas.