horas, espiándolo por un agujerillo del tabique. Nada! Hablóle con oraciones breves, procurando tocar su fidelidad ó su glotonería. Nada! Cuando aquéllas eran patéticas, los ojos se le hinchaban de llanto. Cuando le decía una frase habitual, como el "yo soy tu amo" con que empezaba todas mis lecciones, ó el " tú eres mi mono" con que completaba mi anterior afirmación, para llevar á su espíritu la certidumbre de una verdad total, él asentía cerrando los párpados; pero no producía un sonido, ni siquiera llegaba á mover los labios.
Había vuelto á la gesticulación como único medio de comunicarse conmigo; y este detalle, unido á sus analogías con los sordomudos, hacía redoblar mis precauciones, pues nadie ignora la gran predisposición de estos últimos á las enfermedades mentales. Por momentos deseaba que se volviera loco, á ver si el delirio rompía al fin su silencio.
Su convalecencia seguía estacionaria. La misma flacura, la misma tristeza. Era evidente que estaba enfermo de inteligencia y de dolor. Su unidad orgánica habíase roto al impulso de una cerebración anormal, y día más, día menos, aquel era caso perdido.
Mas, á pesar de la mansedumbre que el progreso de la enfermedad aumentaba en él, su silencio, aquel desesperante silencio provocado por mi