Chupó vigorosamente su cigarro y continuó:
—Tengo la costumbre de operar llevando puesto mi fez casero; la calvicie me obliga á esta incorrección...Cuando Antonia vio sobre mi cabeza el fulgor amarillo, estaba sin gorro, habiéndomelo quitado por el excesivo calor. ¿No habría sido el cabello de los muchachos lo que impidió la emisión de la llama? Según Fugairon, la capa córnea que constituye la epidermis, es mal conductor de la electricidad animal; de modo que el pelo, substancia córnea también, posee idéntica propiedad. Además, don Francisco es calvo como yo, y la coincidencia del fenómeno en ambos, autorizaba una presunción atendible. Mis investigaciones posteriores la confirmaron plenamente; y ahora comprenderá usted la razón de ser de la tonsura. Los sacerdotes primitivos, observarían sobre la cabeza de algunos apóstoles electrógenos, diremos, aceptando un término de reciente creación, el resplandor que Antonia percibía en las nuestras. El hecho, de Moisés acá, no es raro en las cronologías legendarias. Luego se notaría el obstáculo que presentaba el cabello, y se establecería el hábito de rapar aquel punto del cráneo por donde surgía el fulgor, á fin de que este fenómeno, cuyo prestigio se infiere, pudiera manifestarse con toda intensidad. Le parece convincente mi explicación?