sacudida en un montón de polvo impalpable. Varios trozos de hierro sufrieron la misma suerte. Y resultaba en verdad de un efecto mágico aquella transformación de la materia, sin un esfuerzo perceptible, sin un ruido, como no fuera la leve estridencia que cualquier rumor ahogaba.
El médico, entusiasmado, quería escribir un artículo.
— No, dijo nuestro amigo; detesto la notoriedad, aunque no he podido evitarla del todo, pues los vecinos comienzan á enterarse. Además, temo los daños que puede causar esto...
—En efecto, dije; como arma sería espantoso.
—¿No lo has ensayado sobre algún animal ? preguntó el médico.
—Ya sabes, respondió nuestro amigo con grave mansedumbre, que jamás causo dolor á ningún sér viviente.
Y con esto terminó la sesión.
Los días siguientes transcurrieron entre maravillas; y recuerdo como particularmente notable la desintegración de un vaso de agua, que desapareció de súbito cubriendo de rocío toda la habitación.
"El vaso permanece, explicaba el sabio, porque no forma un bloque con el agua á causa de que no hay entre ésta y el cristal adherencia perfecta. Lo