potenzadas, que llegarían luego á su máxima complicación en el bizarro geroglífico de la familia Squarciafichi.
Estaban allí Godofredo, Eustaquio y Balduino; los señores de Tolosa, de Foix, de Flandes, de Orange, de Rosellón, de San Pol, de l'Estoile, de Flandes y de Normandía. Ya eran todos ilustres. Guicher había hendido en dos un león ; Godofredo había partido por la mitad un gigante sarraceno en el puente de Antíoco...
Una tienda rasa se alzaba entre las otras. En aquella tienda un monje flaco y viejo que tenía un báculo de olivo, vivía mojando en lágrimas toda la longitud de su barba. Era Pedro el Ermitaño.
Aquel monje sabía que la ciudad ilustre fundada en el 2023 año del mundo, era una mártir.
Desde los hijos de Jebus, hasta Sesac; desde Joas hasta Manases, hasta Nabucodonosor, hasta Tolomeo Lago, hasta los dos Antíocos el Grande y el Epifanio, hasta Pompeyo, hasta Craso, hasta Antígono, hasta Herodes, hasta Tito, hasta Adriano, hasta Cosroes, hasta Omar—cuánta sangre había manchado sus piedras, cuánta desolación había caído sobre la reina glorificada por la salutación de Tobías: Jerusalem, civitas Dei, luce splendida julgebis! Pedro había podido observar, como san