Página:Las Maravillas Del Cielo.djvu/66

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queñez de todos ellos y la irregularidad de su forma, que en vez de esférica suele ser más ó menos poliédrica, ha hecho suponer que no son sino trozos de algún planeta pequeño que existió entre Marte y Júpiter, y que por causas desconocidas, una de las cuales pudo ser muy bien la formidable atracción de este último astro, se dividió en gran número de fragmentos, cada uno de los cuales empezó á girar en torno del Sol como un planeta independiente.

Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que los asteroides (que tal es el nombre que se da á estos cuerpos) ocupan una zona de varios millones de kilómetros; pero sumadas las masas de todos los que se han descubierto hasta ahora (de fijo habrá muchísimos más), no llegan á la mitad de nuestra Luna. Os voy á enseñar uno de esos asteroides, y creo que os llamará la atención.

Y diciendo esto, D. Alberto, que conocía ya el punto que aquella noche debía ocupar en el cielo el astro en cuestión, totalmente invisible á simple vista, y de haber colocado en aquella dirección el anteojo, á través del cual miró algunos momentos, llamó á Adela para que se acercase.

—¿Qué ves? —la preguntó.

—Una preciosa estrellita de color verde —contestó la niña. —No creía que hubiese en el cielo luceros de esos colores.

—Los hay de toda clase de matices —dijo don Alberto— desde el rojo encendido, el violeta y el azul, hasta el amarillo de diferentes tonos. No hay colección de piedras preciosas, por rica que sea,