satélite, hace que el peso en su superficie sea más de seis veces menor que en la de la tierra; de modo que, mientras en nuestro mundo un cuerpo abandonado en el aire cae durante el primer segundo próximamente cuatro metros y nueve decímetros, en la Luna apenas cae 80 centímetros. De esta relativa debilidad de la fuerza atractiva en la superficie de la Luna se siguen resultados sumamente curiosos. Un hombre de regular estatura y corpulencia pesa en nuestro globo seis arrobas; pues bien, si pudiera ser trasladado á la superficie de la Luna no pesaría más de 10 kilogramos. A la inversa; si pudiésemos ir al suelo lunar y nuestros músculos tuviesen la misma fuerza que ahora, al levantar un pie para dar un paso, adelantaríamos más de cinco metros, nos elevaríamos con fácilidad á doble altura, y la caída desde el balcón de un piso sotabanco no nos causaría un choque demasiado fuerte contra el suelo. Sentiríamos una ligereza extraña, como si estuviésemos huecos, y nuestra agilidad se multiplicaría maravillosamente: en cada hora podríamos andar seis leguas sin cansarnos, y nos bastarían doce horas de camino para llegar desde Santander á Madrid. Nuestra velocidad en la marcha, á buen paso, pero sin fatigarnos, sería la que ordinariamente suelen tener los trenes mixtos, y la carrera vendría á ser una serie de saltos gigantescos en que nuestros pies apenas tocarían la tierra. En tales circunstancias el vuelo distaría de ser una empresa difícil.
La inclinación del eje lunar sobre la Eclíptica es de unos cinco grados, de modo que las estaciones