oir estas palabras, el efrit rompió á reir, y echando á andar delante de él, dijo: «¡Oh pescador, sígueme!» Y el pescador echó á andar detrás de él, aunque sin mucha confianza en su salvación. Y así salieron completamente de la ciudad, y se perdieron de vista, y subieron á una montaña, y bajaron á una vasta llanura, en medio de la cual había un lago. Entonces el efrit se detuvo, y mandó al pescador que echara la red y pescase. Y el pescador miró á través del agua, y vio peces blancos y peces rojos, azules y amarillos, Al verlos se maravilló el pescador; después echó su red, y cuando la hubo sacado encontró en ella cuatro peces, cada uno de color distinto, Y se alegró mucho, y el efrit le dijo: «Ve con esos peces al palacio del sultán, ofréceselos y te dará con qué enriquecerte. Y mientras tanto, ¡por Alah! discúlpame mis rudezas, pues olvidé los buenos modales con mi larga estancia en el fondo del mar, donde me he pasado mil ochocientos años sin ver el mundo ni la superficie de la tierra. En cuanto á ti, vendrás todos los días á pescar á este sitio, pero nada más que una vez. Y ahora, que Alah te guarde con su protección.» Y el efrit golpeó con sus dos pies en tierra, y la tierra se abrió y le tragó.
Entonces el pescador volvió á la ciudad, muy maravillado de lo que le había ocurrido con el efrit. Después cogió los peces y los llevó á su casa, y en seguida, cogiendo una olla de barro, la llenó de agua y colocó en ella los peces, que comenzaron á nadar en el agua contenida en la olla. Después se