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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

brazos, la estrechó contra su pecho, le secó las lágrimas y la besó en la cabeza, que le tenía cogida entre sus manos. Después dijo al mandadero: «Llévatela y tráeme la otra.» Y el mandadero trajo la otra, y la joven la trató lo mismo que á la primera.

Entonces el califa sintió que su corazón se llenaba de lástima y que el pecho se le oprimía de tristeza, y guiñó el ojo al visir Giafar para que interrogase sobre aquello á la joven, pero el visir le respondió por señas que lo mejor era callarse.

En seguida la mayor de las doncellas se dirigió á sus hermanas y les dijo: «Hagamos lo que es nuestra costumbre.» Y las otras contestaron: «Obedecemos.» Y entonces se subió al lecho, chapeado de plata y oro, y dijo á las otras dos: «Veamos ahora lo que sabéis.» Y la más pequeña se subió al lecho, mientras que la otra se marchó á sus habitaciones y volvió trayendo una bolsa de raso con flecos de seda verde; se detuvo delante de las jóvenes, abrió la bolsa y extrajo de ella un laúd. Después se lo entregó á su hermana pequeña, que lo templó y se puso á tañerlo, cantando estas estrofas con una voz sollozante y conmovida:


¡Por piedad! ¡Devolved á mis párpados el sueño que de ellos ha huido! ¡Decidme dónde ha ido á parar mi razón!

¡Cuando permití que el amor penetrase en mi morada, se enojó conmigo el sueño y me abandonó!

Y me preguntaban: «¿Qué has hecho para verte así,