acabará por destruirnos la espina dorsal.» Entonces el califa, volviéndose hacia ellos, les dijo: «¿Y por qué es eso?» Y contestaron: «Porque nos ha emocionado mucho lo que acaba de ocurrir.» Y el califa les preguntó: «¿De modo, que no sois de la casa?» Y contestaron: «Nada de eso. El que parece serlo es ese que está á tu lado.» Entonces exclamó el mandadero: «¡Por Alah! Esta noche he entrado en esta casa por primera vez, y mejor habría sido dormir sobre un montón de piedras.»
Entonces dijeron: «Somos siete hombres, y ellas sólo son tres mujeres. Preguntemos la explicación de lo ocurrido, y si no quieren contestarnos de grado, que lo hagan á la fuerza.» Y todos se concertaron para obrar de ese modo, menos el visir, que les dijo: «¿Creéis que vuestro propósito es justo y honrado? Pensad que somos sus huéspedes, nos han impuesto condiciones y debemos cumplirlas. Además, he aquí que se acaba la noche, y pronto irá cada uno á buscar su suerte por el camino de Alah.» Después guiñó el ojo al califa, y llevándole aparte, le dijo: «Sólo nos queda que permanecer aquí una hora. Te prometo que mañana pondré entre tus manos á estas jóvenes, y entonces les podrás preguntar su historia.» Pero el califa rehusó y dijo: «No tengo paciencia para aguardar á mañana.» Y siguieron hablando todos, hasta que acabaron por preguntarse: «¿Cuál de nosotros les dirigirá la pregunta?» Y algunos opinaron que eso le correspondía al mandadero.