Después seguí caminando, hasta llegar á la casa de mi amigo el sastre. Y lo encontré muy impaciente á causa de mi ausencia, pues se hallaba sentado y parecía que lo estuviesen friendo al fuego con una sartén. Y me dijo: «Como no viniste ayer, pasé toda la noche muy intranquilo. Y temí que te hubiese devorado alguna fiera ó te hubiera pasado algo semejante en el bosque; pero ¡alabado sea Alah que te guardó!» Entonces le di las gracias por su bondad, entré en la tienda, y sentado en mi rincón, empecé á pensar en mi desventura y á reconvenirme por aquel puntapié tan imprudente que había dado en la bóveda. De pronto mi amigo el sastre entró y me dijo: «En la puerta de la tienda hay un hombre, una especie de persa, que pregunta por ti y lleva en la mano tu hacha y tus babuchas. Las ha presentado á todos los sastres de esta calle, y les ha dicho: «Al ir esta mañana á la oración, llamado por el muecín, me he encontrado por el camino estas prendas y no sé á quién pertenecen. ¿Me lo podríais decir vosotros?» Entonces los sastres reconocieron tu hacha y tus sandalias y lo han encaminado hacia aquí. Y ahí está aguardándote en la puerta de la tienda. Sal, dale las gracias, y recoge el hacha y las sandalias.» Pero al oir todo aquello me puse muy pálido y creí desmayarme de terror. Y hallándome en este trance, se abrió de pronto la tierra y apareció el persa. ¡Era el efrit! Había sometido á la joven al tormento, ¡y qué tormento! Pero ella nada había declarado, y entonces él, cogiendo el hacha y
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Apariencia