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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

y volvió varias veces, llevando manjares y bebidas, de lo cual comimos y bebimos todos.

Después recogió las sobras el anciano, y se sentó de nuevo. Y los jóvenes le preguntaron: «¿Cómo te sientas sin traernos lo necesario para cumplir nuestros deberes?» Y el anciano, sin replicar palabra, se levantó y salió diez veces, trayendo cada vez sobre la cabeza una palangana cubierta con un paño de raso y en la mano un farol, que fué colocando delante de cada joven. Y á mí no me dió nada, lo cual hubo de contrariarme.

Pero cuando levantaron las telas de raso, vi que las jofainas sólo contenían ceniza, polvo de carbón y khol. Se echaron la ceniza en la cabeza, el carbón en la cara y el khol en el ojo derecho, y empezaron á lamentarse y á llorar, mientras decían: «¡Sufrimos lo que merecemos por nuestras culpas y nuestra desobediencia!» Y aquella lamentación prosiguió hasta cerca del amanecer. Entonces se lavaron en nuevas palanganas que les llevó el viejo, se pusieron otros trajes, y quedaron como antes de la extraña ceremonia.

Por más que aquello, ¡oh señora mía! me asombrase con el más considerable asombro, no me atreví á preguntar nada, pues así me lo habían ordenado. Y á la noche siguiente hicieron lo mismo que la primera, y lo mismo á la tercera y á la cuarta. Entonces ya no pude callar más, y exclamé: «¡Oh mis señores! Os ruego que me digáis por qué sois todos tuertos y á qué obedece el que os echéis por la ca-