Partí, después de haberme afeitado y puesto este traje de saaluk, para no tener que soportar otras desgracias, y viajé día y noche, no parando hasta llegar á Bagdad, morada de paz, donde encontré á estos dos tuertos, y saludándoles, les dije: «Soy extranjero.» Y ellos me contestaron: «También lo somos nosotros.» Y así llegamos los tres á esta bendita casa, ¡oh señora mía!
«Y tal es la causa de mi ojo huero y de mis barbas afeitadas.»
Después de oir tan extraordinaria historia, la mayor de las tres doncellas dijo al tercer saaluk: «Te perdono. Acaríciate un poco la cabeza y vete.»
Pero el tercer saaluk contestó: «¡Por Alah! No he de irme sin oir las historias de los otros.»
Entonces la joven, volviéndose hacia el califa, hacia el visir Giafar y hacia el portaalfanje, les dijo: «Contad vuestra historia.»
Y Giafar se le acercó, y repitió el relato que ya había contado á la joven portera al entrar en la casa. Y después de haber oído á Giafar, la dueña de la morada les dijo:
«Os perdono á todos, á los unos y á los otros. Pero marchaos en seguida.»
Y todos salieron á la calle. Entonces el califa dijo á los saalik: «Compañeros, ¿adónde vais?» Y éstos contestaron: «No sabemos dónde ir.» Y el califa les dijo: «Venid á pasar la noche con nosotros.» Y ordenó á Giafar: «Llévalos á tu casa y mañana