poner vuestras mercancías. Y si podéis venderlas, os aconsejo que las vendáis.»
Una hora después volvió á acercársenos, y nos dijo: «¡Apresuraos á desembarcar, para ver en esa población las maravillas del Altísimo!»
Entonces desembarcamos, pero apenas hubimos entrado en la ciudad, nos quedamos asombradas. Todos los habitantes estaban convertidos en estatuas de piedra negra. Y sólo ellos habían sufrido esta petrificación, pues en los zocos y en las tiendas aparecían las mercancías en su estado normal, lo mismo que las cosas de oro y plata. Al ver aquello llegamos al límite de la admiración, y nos dijimos: «En verdad que la causa de todo esto debe de ser rarísima.»
Y nos separamos, para recorrer cada cual á su gusto las calles de la ciudad, y recoger por su cuenta cuanto oro, plata y telas preciosas pudiese llevar consigo.
Yo subí á la ciudadela, y vi que allí estaba el palacio del rey. Entré en el palacio por una gran puerta de oro macizo, levanté un gran cortinaje de terciopelo, y advertí que todos los muebles y objetos eran de plata y oro. Y en el patio y en los aposentos, los guardias y chambelanes estaban de pie ó sentados, pero petrificados en vida. Y en la última sala, llena de chambelanes, tenientes y visires, vi al rey sentado en su trono, con un traje tan suntuoso y tan rico, que desconcertaba, y aparecía rodeado de cincuenta mamalik con trajes de seda y