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HISTORIA DEL MANDADERO...

Los candelabros ardían vergonzosamente ante el esplendor de aquella maravilla, y yo pensé: «Cuando estos candelabros arden, alguien los ha encendido.»

Continué andando, y hube de penetrar asombrada en otros aposentos, sin hallar á ningún ser viviente. Y tanto me absorbía esto, que me olvidé de mi persona, de mi viaje, de mi nave y de mis hermanas. Y todavía seguía maravillada, cuando la noche se echó encima. Entonces quise salir del palacio; pero no di con la salida, y acabé por llegar á la sala donde estaba el magnífico lecho y el brillante y los candelabros encendidos. Me senté en el lecho, cubriéndome con la colcha de raso azul bordada de plata y de perlas, y cogí el Libro Noble, nuestro Corán, que estaba escrito en magníficos caracteres de oro y bermellón, é iluminado con delicadas tintas, y me puse á leer algunos versículos para santificarme, y dar gracias á Alah, y reprenderme; y cuando hube meditado en las palabras del Profeta (¡Alah le bendiga!) me tendí para conciliar el sueño, pero no pude lograrlo. Y el insomnio me tuvo despierta hasta medianoche.

En aquel momento oí una voz dulce y simpática que recitaba el Corán. Entonces me levanté y me dirigí hacia el sitio de donde provenía aquella voz. Y acabé por llegar á un aposento cuya puerta aparecía abierta. Entré con mucho cuidado, poniendo á la parte de afuera la antorcha que me había alumbrado en el camino, y vi que aquello era un orato-