que le consulté sobre lo de las manzanas. Y me dijo: «¡Oh hijo mío! Es una cosa difícil de encontrar, porque ahora no las hay en ninguna parte como no sea en Basrah, en el huerto del Comendador de los Creyentes. Y aun allí no te será fácil conseguirlas, pues el jardinero las reserva cuidadosamente para uso del califa.»
Entonces volví junto á mi esposa, contándoselo todo; pero el amor que le profesaba me movió á preparar el viaje. Y salí, y empleé quince días completos, noche y día, para ir á Basrah y regresar favorecido por la suerte, pues volví al lado de mi esposa con tres manzanas compradas al jardinero del huerto de Basrah por tres dinares.
Entré, pues, muy contento, y se las ofrecí á mi esposa; pero al verlas ni dió muestras de alegría ni las probó, dejándolas, indiferente, á un lado. Observé entonces que durante mi ausencia la calentura se había vuelto á cebar en mi mujer muy violentamente y seguía atormentándola; y estuvo enferma diez días más, durante los cuales no me separé de ella un momento. Pero gracias á Alah, recobró la salud, y entonces pude salir y marchar á mi tienda para comprar y vender.
Pero he aquí que una tarde estaba yo sentado á la puerta de mi tienda, cuando pasó por allí un negro, que llevaba en la mano una manzana. Y le dije: «¡Eh, buen amigo! ¿de dónde has sacado esa manzana, para que yo pueda comprar otras iguales?» Y el negro se echó á reir y me contestó: «Me