y no pude ocuparme en buscar hospedaje. Y al ter- cer día, estando en el lecho, vi invadida mi habita- ción por los soldados del gobernador de Damasco, que venían con el amo de la casa y el jefe de los corredores. Y entonces el amo de la casa me dijo: «Sabe que el wali ha comunicado al gobernador ge- neral lo del robo del collar. Y ahora resulta que el collar no es de este jefe de los corredores, sino del mismo gobernador general, ó mejor dicho, de una hija suya, que desapareció también hace tres años. Y vienen para prenderte.>>
Al oir esto, empezaron á temblar todos mis miembros y coyunturas, y me dije: «Ahora sí que me condenan á muerte sin remisión. Más vale de- clarárselo todo al gobernador general. El será el único juez de mi vida ó de mi muerte.» Pero ya me habían cogido y atado, y me llevaban con una ca- dena al cuello á presencia del gobernador general. Y nos pusieron entre sus manos á mi y al jefe de los corredores. Y el gobernador, mirándome, dijo á los suyos: «Este joven que me traéis no es un ladrón, y le han cortado la mano injustamente. Estoy se- guro de ello. En cuanto al jefe de los corredores, es un embustero y un calumniador. ¡Apoderaos de él y metedlo en un calabozo!» Después el gobernador dijo al jefe de los corredores: «Vas á indemnizar en seguida á este joven por haberle cortado la mano; si no, mandaré que te ahorquen y confiscaré todos tus bienes, corredor maldito.» Y añadió, dirigién- dose á los guardias: «¡Quitádmelo de delante, y