Y replicando á tanta palabrería, le dije: «¿Quie- res ocuparte en tu oficio, sí ó no? Has conseguido destrozarme el corazón y hundirme el cerebro.» Y entonces exclamó: «Voy sospechando que tienes prisa de que acabe.» Y le dije: «¡Sí que la tengo! ¡Sí que la tengo! ¡Sí que la tengo!» Y él insistió: «Que aprenda tu alma un poco de paciencia y de moderación. Porque sabe, ¡oh mi joven amo! que el apresuramiento es una mala sugestión del Ten- tador, y sólo trae consigo el arrepentimiento y el fracaso. Y además, nuestro soberano Mohamed (¡sean con él las bendiciones y la paz!) ha dicho: <Lo más hermoso del mundo es lo que se hace con lentitud y madurez.» Pero lo que acabas de decirme excita grandemente mi curiosidad, y te ruego que me expliques el motivo de tanta impaciencia, pues nada perderás con decirme qué es lo que te obliga á apresurarte de este modo. Confío, en mi buen de- seo hacia ti, que será un motivo agradable, pues me causaría mucho sentimiento que fuese de otra clas- se. Pero ahora tengo que interrumpir por un mo- mento mi tarea, pues como quedan pocas horas de sol, necesito aprovecharlas.» Entonces soltó la na- vaja, cogió el astrolabio, y salió en busca de los rayos del sol, y estuvo mucho tiempo en el patio. Y midió la altura del sol, pero todo esto sin perder- me de vista y haciéndome preguntas. Después, vol- viéndose hacia mí, me dijo: «Si tu impaciencia es sólo por asistir á la oración, puedes aguardar tran- quilamente, pues sabe que en realidad aún nos que-
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Apariencia