viamos, porque amaba á los pobres y á los humil- des, y gustaba de la compañía de los sabios y los poetas.
Pero un día entre los días, el califa tuvo moti- vos de queja contra diez individuos que habitaban no lejos de la ciudad, y mandó al gobernador-lugar- teniente que trajese entre sus manos á estos diez individuos. Y quiso el Destino que precisamente cuando les hacían atravesar el Tigris en una bar- ca, estuviese yo en la orilla del río. Y vi á aquellos hombres en la barca, y dije para mí: «Seguramen- te esos hombres se han dado cita en esa barca para pasarse en diversiones todo el día, comiendo y be- biendo. Así es que necesariamente me tengo que convidar para tomar parte en el festin.>>
Me aproximé á la orilla, y sin decir palabra, que por algo soy el Silencioso, salté à la barca y me mezclé con todos ellos. Pero de pronto vi llegar á los guardias del wali, que se apoderaron de to- dos, les echaron á cada uno una argolla al cuello y cadenas á las manos, y acabaron por cogerme á mí también y ponerme asimismo la argolla al cuello y las cadenas á las manos. Y yo no dije palabra, lo cual os demostrará ¡oh mis señores! mi firmeza de carácter y mi poca locuacidad. Me aguanté, pues, sin protestar, y me vi llevado con los diez indivi- duos á la presencia del Emir de los Creyentes, el califa Montasser Billah.
Y en cuanto nos vió, el califa llamó al portaal- fanje, y le dijo: «¡Corta inmediatamente la cabeza