ñaña te llevaré á ver al sultán. Y ahora sólo me resta implorar de Alah que te conceda todos sus favores y todos sus bienes,»
Entonces Nureddin besó otra vez la mano del visir su suegro, y entró en el aposento de la donce- lla. ¡Y sucedió lo que había de suceder!
Y esto fué lo referente á Nureddin.
En cuanto á Chamseddin su hermano... he aquí lo que ocurrió. Terminada la expedición que hizo con el sultán de Egipto, hacia el lado de las Pirá- mides, regresó inmediatamente á su casa. Y se in- quietó mucho al no encontrar á su hermano Nu- reddin, Y preguntó por él á sus esclavos, que le respondieron: «Nuestro amo Nureddin, el mismo día que te fuiste con el sultán, montó en una muía enjaezada con gran lujo, como en los días solemnes, y nos dijo: «Me voy hacia la parte de Kaliubia, es- taré fuera unos días, pues noto opresión en el pecho y necesito aire libre; pero que no me siga nadie. * Y desde entonces no hemos vuelto á tener noticias suyas.»
Entonces Chamseddin deploró mucho la ausen- cia de su hermano, y fué aumentando su dolor de día en día, hasta que acabó por convertirse en una aflicción inmensa. Y pensaba: «Seguramente, el motivo de que se haya marchado no es otro que aquellas palabras tan duras que le dije la víspera de mi viaje con el sultán. Y esto y no otra cosa le ha obligado á huir. Pero es preciso que repare la falta cometida contra él y disponga que lo busquen.»