remonias del luto, y durante todo este tiempo no salió un instante de su casa y hasta olvidó la visita á palacio para saludar al sultán, según costumbre. Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso Hassán Badreddin lejos de él, sino que pensó que Hassán lo abandonaba y lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en vez de nombrar á Hassán sucesor de su padre el visir Nureddin, nombró á otro para este cargo, haciendo privado suyo á un joven chambelán. No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassán Badreddin. Mandó sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus propieda- des, y después dispuso que prendiesen á Hassán Badreddin y se lo llevasen encadenado. Y en se- guida el nuevo visir, en compañía de varios cham- belanes, se dirigió á la casa del joven Hassán, que no podía sospechar la desgracia que le amenazaba. Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio un joven mameluco que quería mucho á Hassan Badreddin. En cuanto supo lo que pasa- ba, echó á correr, y llegó á casa del joven Hassán, al cual halló muy triste, con la cabeza baja y el co- razón dolorido, sin dejar de pensar en la muerte de su padre. Y el esclavo le enteró entonces de lo que ocurría. Y Hassán le preguntó: «¿Pero no ten- dré tiempo para coger algo con que subsistir du- rante mi huída al extranjero?» Y el mameluco le dijo: «El tiempo urge. No pienses mas que en salvar tu persona.»
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