salieron en cortejo delante del cuerpo, cubierto de chales preciosos. Y después de conducir por toda la ciudad al muerto, fueron á depositarle en el jardin de la joven, con arreglo á sus deseos. Allí le dejaron, y se marcharon por su camino.
Cuando no quedó ya nadie en el jardin, la joven, que en otro tiempo había muerto á consecuencia de una brizna de lino, y que por sus mejillas se parecia á las rosas blancas y á los jazmines, por sus cejas á las algarrobas en la rama y por su talle al surtidor de la fuente, se inclinó sobre el príncipe amortajado con los siete sudarios. Y le quitó los sudarios uno á uno. Y cuando le hubo quitado el séptimo sudario, le dijo: «¿Cómo? ¿eres tú? ¡Conque tu pasión por las mujeres te ha llevado á dejarte amortajar con siete sudarios!» Y el príncipe quedó lleno de confusión, y se mordió un dedo, y se lo arrancó de vergüenza. Y ella le dijo: «Pase por esta vez.»
Y vivieron juntos, amándose y deleitándose.»
Y al oír esta historia, el sultán Baibars dijo al capitán Gelal Al-Din: «¡Ualahi, ua telahí, me parece que esto es lo más admirable que he oído!» Entonces avanzó entre las manos del sultán Baibars el décimo capitán de policía, que se llamaba Helal Al-Din, diciendo: «¡Tengo que contar una historia que es hermana mayor de las anteriores!» Y dijo: